sábado, 24 de septiembre de 2011

De Lulús (1)





"Objetivamente, no extraía ningún placer de aquella actividad y sin embargo estaba cada vez más excitada. En algún lugar de mi cabeza, lo suficientemente lejos como para no molestar, lo suficientemente cerca como para hacerse notar, palpitaban mi minoría de edad, seis años todavía para los veintiuno (la mayoría de edad estaba entonces en los veintiuno, a mí me daba igual, total no votaba nadie), el drama del pantano, cuando me desmayé dentro del agua y Pablo me salvó la vida, recuerdos de los veranos de mi infancia, él y mi hermano metiéndole mano a dos tías en el columpio del jardín mientras yo les espiaba, y las palabras de mi madre, hablando con sus amigas, Pablo es de la familia, casi como uno de mis hijos...
Marcelo, en casa, debía pensar que estábamos todavía haciendo el gilipollas con un mechero. Yo procuraba no olvidar que estaba dentro de un coche, en plena calle, chupando la polla de un amigo de la familia y sentía oleadas de un placer intenso. Me reconocía a mí misma, deshonrada, era delicioso, recordaba las acostumbradas amonestaciones -los chicos sólo se divierten con esa clase de chicas, no se casan con ellas-, y era consciente también de la peculiar relación que se había entablado entre nosotros. Tras los besos y demostraciones estrictamente necesarios para ganarme, él observaba una pasividad casi total. Sentado, erguido y vestido, se dejaba hacer. Yo, tirada encima del asiento, medio desnuda, encogida e incómoda, aceptaba sin dificultad aquel estado de cosas.
Mi madre solía repetir que me hubiera dejado ir con él al fin del mundo, y yo estaba empezando a verlo ya.
Cuando comenzaba a preguntarme si estaría lo suficientemente familiarizada con ella como para metérmela en la boca, él decidió nuevamente por mí. La mano que reposaba encima de mi cabeza se dirigió bruscamente hacia abajo. Me pilló desprevenida y me tragué un buen trozo. Retiré los labios instintivamente pero su mano seguía ahí, inalterable, presionando hacia abajo. Repetimos el juego cinco o seis veces.
Era divertido, intentar resistirse.
Tenía la boca llena. Notaba los pequeños bultos de las venas, los imperceptibles accidentes de la piel rugosa, que subía y bajaba obedeciendo los impulsos de mi mano, sabía dulce y sabía a sudor, la punta me golpeaba el paladar, intenté tragármela entera, metérmela toda en la boca y tuve que contener un par de arcadas.
Pablo me quitó la goma, deslizó la mano debajo del pelo y, un poco más arriba de la nuca, la cerró, atrapando un puñado de cabellos muy cerca de las raíces. Los estrujaba y tiraba de ellos hacia sí, guiándome nuevamente. Sus nudillos se me clavaron en la cabeza. Me dolía, pero no hice nada por evitarlo. Me gustaba.
Ahora él también se movía, levemente, entraba y salía de mi boca.
-Siempre he sabido que eras una niña sucia, Lulú -hablaba despacio, masticando las palabras, como si estuviera borracho-, he pensado mucho en ti, últimamente, pero nunca creí que sería tan fácil..."

Las edades de Lulú, de Almudena Grandes . Las negritas son mías.